Jorge Hernández Fonseca
El 31 de agosto la presidenta izquierdista de Brasil, Dilma Rousseff, fue definitivamente apartada de su cargo por el Congreso, poniendo fin a 13 largos años de mandato marxista de su partido. El tiempo de poder y la conformación de un bloque castro-chavista en América Latina hacían ver al gigante sudamericano como un miembro más del conglomerado conocido como socialismo del siglo XXI. Nada más lejos de la realidad. La sociedad brasileña nunca fue socialista, mucho menos marxista.
Países como la Cuba de Fidel Castro y la Venezuela de Hugo Chávez encuentran una explicación en el carisma de sus líderes-dictadores, que después de engañar a sus pueblos utilizando sus capitales políticos reales, torcieron el camino hacia los regímenes autoritarios y empobrecedores que hoy detentan. En Brasil no hubo (ni hay) nada de eso. Lula da Silva, a pesar de su carisma, nunca contó con el favor mayoritario de la sociedad brasileña y menos todavía su sucesora Dilma Rousseff.
En Brasil, el Partido de los Trabajadores (PT) de Da Silva y Rousseff, tuvo que aliarse al mayor partido brasileño, el movimiento democrático (PMDB) de Michel Temer -de centro derecha- para tener acceso al poder. Nunca el PT contó con más fuerzas de base en la sociedad brasileña que el que apareció en la votación del impeachment de Rousseff: 61 votos a 20, es decir, el apoyo a la presidenta depuesta fue tres veces menor que los de su condena. Nunca el PT tuvo nacionalmente más del 30% del voto popular, del apoyo real o la simpatía del pueblo, es decir, la sociedad brasileña nunca fue mayoritariamente izquierdista ni apoyó el proyecto izquierdizante.
El gigante sudamericano nunca fue marxista, ni su sociedad izquierdista; un evento desafortunado hizo que Brasil torciera su camino hacia el esquema que lo ha empobrecido momentáneamente
Después que se materializara la ruptura del partido del vicepresidente Temer con la presidenta, los días de ésta estaban contados. Seis ministros de Rousseff votaron por su separación definitiva en la votación que la condenó, demostrando la falta de apoyo a su Gobierno de coalición y a su proyecto político. Lo sucedido en Brasil no puede explicarse imaginando que hubo un "golpe", como ahora aseveran los hermanos Castro en Cuba, sino como la ruptura previsible de una coalición, en la cual la mayor parte del poder quedaba con el partido minoritario y el PT mandaba.
La primera presidencia de la izquierda brasileña en la persona de Lula da Silva se debió al apoyo del líder del PMDB y expresidente de Brasil José Sarney, disgustado por el tratamiento vejatorio que el Gobierno de Fernando Henrique Cardoso dio a su hija Roseana Sarney cuando disputaba la presidencia del país en las elecciones de 2002. Sarney reaccionó rompiendo con Cardoso, asociándose a Da Silva y, con ello, concitando el apoyo de su partido mayoritario al proyecto lulista; todo para evitar que el candidato de Cardoso ganara las presidenciales, en las que finalmente triunfó Da Silva.
Esa es la verdadera historia. El gigante sudamericano nunca fue marxista, ni su sociedad izquierdista; un evento desafortunado hizo que Brasil torciera su camino hacia el esquema que lo ha empobrecido momentáneamente, pero con el concurso de su pueblo y su espíritu democrático volverá a las glorias que merece, lejos de los aires castro-chavista que soplaron inmerecidamente dentro su Gobierno.
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